Cuéntame un cuento III: `La teoría del renacer´ por Sonia Alba Almendros

Hoy tenemos un nuevo relato para la III Convocatoria de Cuéntame un cuento, sección en la que vosotros sois los protagonistas.

Si tienes un relato y quieres que te lo publiquemos, no dudes en mandarlo a webchicasombra@gmail.com, con un máximo de 3000 palabras. El género es libre. Los seleccionados serán publicados aquí en la web. Más tarde, se elegirán los mejores de estos y se formará una antología, la tercera de Chica Sombra.

Hoy os dejamos con `La teoría del renacer´, de Sonia Alba Almendros.



Lleva tiempo notándolas cerca. No sabía lo que eran, no sabía cómo llamarlas, pero sí sabía de dónde habían salido. Aquellas cosas lo perseguían desde la muerte de Joseph hacía ya dos semanas. Su amigo se había ahorcado en su apartamento y nadie tenía muy claro el porqué. Menos él. Él sabía cosas, cosas sobre la culpa que pesaba sobre su amigo, cosas que harían enloquecer al más cuerdo de los hombres. 

Todo había comenzado hacía un par de meses. Joseph Gilbert era un reputado neurocirujano y había sido llamado como ponente a uno de los congresos que se celebraban en Nashville aquel año. Él, junto a su ayudante y amigo William Jesse, confirmó su asistencia de inmediato. Era un honor que los invitaran a un congreso tan importante como aquel como ponentes, todo por su último estudio sobre las cargas eléctricas y la vuelta a la vida de las neuronas muertas. Por supuesto, nadie conocía todos los experimentos que habían realizado a lo largo de los años para llegar a aquellas conclusiones revolucionarias, nadie hubiese querido financiarlos de haber descubierto las atrocidades que habían llevado a cabo, los hubieran tomado por locos, la cárcel hubiese sido el menor de los castigos. 

La ética está bien, pero nada te acerca más a la muerte que un muerto. Si la profanación de tumbas hubiese sido su único pecado, quizás aquellas sombras jamás hubiesen aparecido en las vidas de Gilbert y Jesse, pero aquello distaba mucho de ser lo más cruel que habían hecho. En cuanto les dieron la noticia de la ponencia, ambos compañeros viajaron hasta la casita de campo que la madre de Joseph le había dejado en herencia, una pintoresca cabaña alejada del mundo donde los doctores habían redactado aquel artículo que los conduciría a la peor de las muertes. Allí, donde nadie podía escucharlos gritar por muy fuerte que lo hicieran, se encontraba su laboratorio para experimentos especiales, una sala bien desinfectada con gran cantidad de cables y con algunas manchas de sangre seca en las paredes. Un poco alejadas de esta, ocultas en el sótano, tres celdas con especímenes humanos catalogados por edades se retorcían y gritaban. Algunos ya habían sido fruto de experimentos pasados y estaban en una esquina implorando una muerte rápida. Los demás, asustados, solo intentaban no ser vistos. 

Joseph quería realizar unos cuantos experimentos más antes de explicar a todos sus colegas de profesión las bases de su Teoría del Renacer. Aquel día fue cuando William se dio cuenta de los monstruos que perseguían a su compañero, aunque, en ese momento, no fue capaz de verlos. 

—¿Estás bien, Joseph? 

Su amigo parecía distante, miraba hacia una esquina pobre en luz que quedaba a la espalda de su compañero. Había una afectación visible en sus ojos, mas no le contó nada de lo que pasaba a su amigo. 

—Estoy bien, solo es la condenada humedad que hay aquí abajo, la humedad y el calor me marean. 

A Jesse le pareció extraño, pero no le dio más importancia. ¿Cómo pensar que aquello era el principio de la tortura hasta la muerte de su compañero? Pasaron los días y continuaron los experimentos. Aquella maldita teoría sobre cómo devolver la vida a los muertos traía de cabeza a los investigadores. Querían dejarlo todo acabado antes del congreso, no querían dejar ningún cabo suelto. Tuvieron que reclutar más especímenes sanos, ya que muchos de los recluidos en las celdas morían a causa de la brutalidad de los procesos. Pero era necesario, todo por la ciencia. 

A cada día que pasaba, Joseph se encerraba más en sí mismo, ni siquiera compartía sus pensamientos con su ayudante y cómplice. William empezó a preocuparse cuando, un día, al llegar al sótano de aquella casa, lo encontró a punto de probar uno de los experimentos más duros consigo mismo. 

—Las sombras. Ellas iban a ayudarme. Me dijeron que, si era yo el sujeto de experimentación, ellas harían que todo, al fin, funcionase. 

William temió que el doctor se hubiese vuelto completamente loco a causa de las atrocidades realizadas. No sin gran esfuerzo, lo sacó de aquel maloliente sótano y lo llevo a su casa, una pintoresca construcción en pleno centro. Dejó al ama de llaves a cargo de su amigo y, cuando su teléfono sonó a las tres de la mañana, supo que algo malo le había sucedido. Aquella noche, la noche en la que Joseph se ahorcó, fue la primera en la que las sombras lo visitaron. Desde que aquellas cosas entraron en su campo de visión, dejó de visitar las celdas donde esperaban sus sujetos de investigación. Probablemente, ya estuviesen todos muertos. Pensar en eso, extrañamente, lo consolaba. Ya no quedaba nadie que pudiese mancillar el nombre de Joseph Gilbert, prometedor científico y mejor persona. Nadie, claro, salvo él, su desolado compañero, que compartía con el doctor gran cantidad de conocimientos sobre la ya famosa Teoría del Renacer. 

Sonreía al pensar que en el congreso, para el que apenas faltaban unos días, él, William Jesse, sería la atracción principal. A pesar de todo eso, las sombras no se iban. No acaba de acostumbrarse a ellas. Le hablaban, le susurraban palabras en sueños que era incapaz de recordar cuando despertaba. Cada día las voces se hacían más nítidas, tanto, que a veces William pensaba que podría verlas. Un día antes de la conferencia de Nashville, Jesse empezó a hablarles. 

—Acabasteis con Joseph. Fuisteis vosotras. Todo para que yo me llevara la gloria, para que yo tuviese el puesto que merezco. 

Casi gritó esto último en su vacía habitación de hostal, el sucio antro donde vivía. Joseph fue su amigo, su mentor, pero William estaba harto de ser su sombra y aquellos seres lo habían librado de esa carga. Cuando el día de la conferencia su chófer fue a buscarlo, encontró al prometedor investigador William Jesse hablando solo en una esquina. Miraba a la pared y no dejaba de repetir lo mismo una y otra vez: 

—Os traeré a la vida, sí, a vosotras, reinas de mi éxito. 

La locura se había cebado con los artífices de la Teoría del Renacer. Meses más tarde, tras cerrar la investigación sobre el suicidio de Gilbert y firmar el encierro permanente de Jesse en un psiquiátrico, los agentes de la policía descubrieron el siniestro laboratorio de los científicos. Decenas de cadáveres se descomponían allí, el olor era nauseabundo. Había más muertos enterrados en las inmediaciones del terreno y, en las alcobas, decenas de papeles recogiendo todos los experimentos realizados sobre aquellos desdichados. A pesar de todo, nada de esto fue lo que más sorprendió a los agentes que llevaban el caso. En todos los informes presentados reza la misma frase: “se comprobó con cada uno de los cadáveres con todo tipo de ángulos e iluminación, sin embargo, ninguno de los cuerpos encontrados proyectaba sombra”. Los artículos sobre la llamada Teoría del Renacer fueron retirados, se quemaron todos los documentos relacionados y se hizo la promesa silenciosa de no volver a hablar del tema. Aquella teoría que pretendía devolver la vida,  solo trajo muerte y locura, remordimientos y perdición. Traer la vida de vuelta al mundo tiene un precio, y no todos los hombres pueden pagarlo.

Chica Sombra

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